Son muchas las investigaciones que señalan una incidencia elevada de alteraciones del comportamiento alimentario entre los deportistas. Diversos estudios han mostrado que las personas que hacen deporte tienen mayor riesgo de desarrollar algún cuadro de alteración en la conducta alimentaria debido al propio ambiente deportivo, que puede precipitar este tipo de desórdenes en las personas con cierta predisposición. El comienzo de la práctica de ejercicio físico intenso puede ser también el punto de partida del inicio de la realización de alguna irregularidad en la alimentación.
Los signos y manifestaciones de estas alteraciones en los deportistas de élite de algunas disciplinas determinadas a menudo son ignorados ya que llegan a ser considerados como algo legítimo y natural. El énfasis en la consecución de un cuerpo libre de grasa, y la aceptación de la necesidad de realizar un ejercicio físico excesivo en el mundo del deporte de alta competición, puede hacer que un desorden de la alimentación ya presente sea más difícil de diagnosticar y de tratar.
Los hábitos alimentarios correctos son fundamentales para el rendimiento deportivo, y las anomalías nutricionales pueden influir de forma negativa en la actividad del deportista, y aumentar el riesgo de lesiones. La reducción de la ingesta calórica unida al desequilibrio hidroelectrolítico que se produce en muchos casos, van dar lugar a una disminución tanto de la fuerza, como de la resistencia, velocidad, tiempo de reacción y nivel de concentración del deportista. La restricción calórica y las conductas purgativas también pueden dar lugar a alteraciones psicológicas, desarreglos menstruales, y pérdida de hueso (tríada de la mujer deportista), y otras complicaciones médicas que incluyen cambios en los sistemas endocrino, gastrointestinal, cardiovascular y termorregulador, con una morbilidad importante, que en casos extremos pueden conducir a la muerte.