El grado de envejecimiento de una persona, tanto en términos generales como parciales (de una función o una estructura) se puede acelerar, se puede atenuar o, incluso, se puede revertir. En gran medida está en las manos de cada persona que ocurra una cosa u otra.
El envejecimiento es un proceso degenerativo, universal, progresivo e irreversible que afecta a los distintos órganos y sistemas de nuestro organismo. Los agentes que inciden en este proceso son múltiples y vienen a su vez condicionados tanto por factores internos como ambientales.
El envejecimiento, de hecho, sobreviene como consecuencia de cambios acumulados que con el tiempo provocan desequilibrios y desordenes a distintos niveles, provocando disminución funcional, pérdidas en la capacidad de adaptación y, finalmente, la muerte. El envejecimiento afecta a todas las estructuras y funciones del organismo humano.
Con el paso de los años, se produce un progresivo deterioro estructural así como un lento e inexorable declinar en la capacidad funcional. Esta disminución progresiva de funcionalidad constituye la principal característica del proceso de envejecimiento.
En unos casos la caída es muy acusada, en otros momentos es más lenta. La importancia que tiene esa afectación también es variable. En unos casos, las consecuencias son sólo estéticas (canicie, debilidad, arrugas), en otros comportan minusvalías o enfermedades (sordera, Alzheimer) y en otros son incluso mortales (insuficiencia renal, insuficiencia cardiaca). En cualquier circunstancia, mantener un adecuado grado de actividad funcional, sin excederse, es de capital importancia para proteger la actividad de la mayoría de las funciones orgánicas y mejorar la capacidad funcional.
¿Se puede NO envejecer?
Retrasar, prevenir o incluso revertir el declive funcional que conlleva el envejecimiento es una tarea compleja, tanto bajo el punto de vista científico como ético. No obstante, es indudable que vivir una larga vida, en buena forma física y mental y libre de enfermedad tiene gran atractivo para la mayoría de la población.
Desde antiguo se ha intentado la busca del elixir de la eterna juventud.
Posiblemente dicho elixir no exista, sin embargo, lo que la ciencia médica nos demuestra es que, puesto que el envejecimiento y la muerte no están genéticamente programadas, resulta posible estar mejor (y por tanto envejecer menos), en primer lugar, evitando conductas de riesgo (tales como tabaco, consumo excesivo de alcohol, exposición excesiva al sol y obesidad) que aceleran la expresión de enfermedades ligadas con la edad, y en segundo lugar, adoptando conductas tales como la práctica de ejercicio y la adopción de una dieta saludable que se benefician de una fisiología que es inherentemente modificable.
Ejercicio para no envejecer
El ejercicio físico, practicado de manera apropiada, es la mejor herramienta hoy disponible para retrasar y prevenir las consecuencias del envejecimiento así como para fomentar la salud y el bienestar de la persona. De hecho, el ejercicio físico ayuda a mantener el adecuado grado de actividad funcional para la mayoría de las funciones orgánicas.
De manera directa y específica, el ejercicio físico mantiene y mejora la función músculo-esquelética, osteo-articular, cardiocirculatoria, respiratoria, endocrino-metabólica, inmunológica y psico-neurológica.
De manera indirecta, la práctica de ejercicio tiene efectos beneficiosos en la mayoría, si no en todas, las funciones orgánicas contribuyendo a mantener su funcionalidad e incluso a mejorarla.
El ejercicio practicado de manera regular y con la intensidad adecuada contribuye a mejorar la capacidad funcional de múltiples sistemas orgánicos, que es, precisamente, lo que persiguen los atletas cuando entrenan.
Tabla I. Efectos beneficiosos de la práctica habitual de ejercicio físico
1. Reduce el riesgo de cardiopatía isquémica y otras enfermedades cardio-vasculares.
2. Reduce el riego de desarrollar obesidad y diabetes.
3. Reduce el riesgo de desarrollar hipertensión o dislipidemia y ayuda a controlarlas.
4. Reduce el riesgo de desarrollar varios tipos de cáncer (colon, mama, próstata…).
5. Ayuda a controlar el peso y mejora la imagen corporal.
6. Tonifica los músculos y preserva o incrementa la masa muscular.
7. Fortalece los huesos y articulaciones haciéndoles más resistentes.
8. Aumenta la capacidad de coordinación y respuesta neuro-motora.
9. Disminuye el riesgo y consecuencias de las caídas.
10. Mejora la actividad del sistema inmune.
11. Reduce los sentimientos de depresión y ansiedad.
12. Promueve el sentimiento psicológico de bienestar y la integración social.